Anatomía sexual femenina (I)
Innumerables veces se ha
comparado la vulva con una flor. Desde la manida metáfora literaria que se
generalizó en los relatos eróticos victorianos hasta los cuadros de Georgia
O’Keeffe. Y lo cierto es que la analogía es bastante buena.
Como ocurre con las flores,
existen vulvas de formas y tamaños muy diversos aunque todas siguen un patrón
anatómico idéntico. Cada una expele un olor diferente aunque exista cierta
semejanza entre la mayoría. El color, aunque entre las flores el rango de
diversidad sea muchísimo más amplio, también difiere entre vulvas. Finalmente,
desde una perspectiva mucho más personal, ambas pueden pasar por símbolos de
serenidad y belleza.
Si acercásemos la cara a una
vulva, aparte de percibir el calor reconfortante que emana de ella, podríamos
ver más cosas que las que apreciaríamos si escudriñásemos el aparentemente
simplón pene masculino. Imaginemos que la dueña de la vulva a la que hemos
acercado la cara está tumbada boca arriba con las piernas separadas. Arriba, en
la zona del pubis, tenemos una acumulación de tejido graso que forma el monte de Venus. Desde la posición en la
que nos hemos situado, podremos ver la forma de montaña de más o menos
pronunciación, que en estado natural suele estar cubierta de pelo y es
almohadillada al tacto. Dentro de todos los elementos destacados que veremos en
esta entrada, es la zona menos sensible de la fisionomía sexual externa, lo que
la convierte, aun así, en una parte de gran sensibilidad donde las caricias
siempre son agradecidas y estimulantes.
Colocando dos dedos en las ingles, a cada lado del monte y deslizándolos
hacia abajo, seguramente los estemos pasando sobre los labios mayores. Son dos pliegues de piel carnosa, generalmente
velludos, que se distribuyen alrededor de las zonas más sensibles de la vulva.
Estos labios pueden ser muy pronunciados y fácilmente distinguibles del resto
de la piel de la entrepierna o pueden ser apenas perceptibles. Que sean poco
perceptibles no significa nada más que eso, y son igualmente sensibles al
contacto. En la mayoría de los casos, cuando una mujer se pone de pie, los
labios mayores se cerrarán dotando de protección a los labios menores, el
clítoris y a las aberturas uretral y vaginal.
Para ver el resto posiblemente
tendríamos que colocar los dedos sobre los labios mayores y separarlos
levemente aunque, como siempre, la gran variedad hace que algunas mujeres no
necesiten hacer eso para que la parte más interior de la vulva quede al
descubierto. En cualquier caso, descubriríamos el órgano más hedonista de toda
la anatomía humana: el clítoris.
Situado en la parte superior de esta zona interior de la vulva, su única
función conocida y muy posiblemente la única existente es proporcionar placer. El
tamaño de su glande, que es la parte visible y lo que a menudo se ha descrito
como un botón, puede variar desde el medio centímetro a los dos o más, y su
estructura es similar a la del pene masculino, pues como veremos cuando
expliquemos la diferenciación sexual prenatal, pene y clítoris se desarrollan a
partir de la misma estructura. Dentro del cuerpo de la mujer el clítoris, a
partir de la cabeza o glande, se extiende en dos ramificaciones que rodean a
abertura vaginal por encima de los bulbos vestibulares.
Al igual que el glande en los
hombres, el clítoris está absurdamente repleto de terminaciones nerviosas, y
por ello es extremadamente sensible al tacto, hasta el punto de que muchas
mujeres prefieren su estimulación indirecta, encontrando el contacto directo
desagradable.
El clítoris suele estar bien
resguardado por su prepucio, que no
es más que la extensión superior de los labios menores, que guardan y protegen
la abertura vaginal, la uretral y al anterior. Estos labios menores, como cualquier otra parte del cuerpo, pueden ser
más grandes o más pequeños, pero nunca anormales. Hay algunos tan extensos que
parecen mariposas y otros tan reducidos que apenas se distinguen. Pueden tener
la superficie rugosa o lisa, pueden ser rosáceos o de color más oscuro, pero
todos son igual de sensibles, y todos requieren del mismo cariño a la hora de
tratar con ellos. O no. Eso ya depende de lo que estimule a su dueña.
La uretra, una pequeña abertura situada entre el glande del clítoris y
el introito vaginal, es por donde las mujeres orinan, o hacen pis. Muy bien,
muy bien, diréis las mujeres, ¿hace falta explicar eso? Pues vaya que sí. Por
experiencia propia, sé que la cantidad de varones universitarios que creen que
las mujeres mean por la vagina es alarmantemente alta. Por tanto, atentos los
hombres: aunque estén cerca, abertura uretral y abertura vaginal son dos
elementos con funciones completamente distintas.
Por fin, justo debajo de la
uretra, descubrimos el introito vaginal.
Es la abertura que da paso a la vagina y que al nacer suele estar “tapiada” por
el himen. El himen es esa débil cortina tan importante para algunas culturas
que requieren que la mujer llegue vaginalmente incorrupta al matrimonio y
realmente tan insignificante que hasta un paseo en bicicleta puede deshacer. La
abertura vaginal, como en el caso de los labios menores o el clítoris, puede
ser más ancha o más estrecha. En ambos casos, si la introducción de un pene u
otro tipo de consolador no es placentera bien porque el introito es tan ancho
que apenas percibe el elemento introducido o bien porque es tan estrecho que el
mismo causa dolor, la ejercitación del músculo pubocoxígeo puede ayudar. En el
primer caso, al mejorar la capacidad de estrechamiento de la abertura. En el
segundo caso, al identificar el músculo encargado de distenderse o contraerse y
aprender a relajarlo.
Los ejercicios de Kegel son
archiconocidos en nuestra era.
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