El arte de discutir, parte 1
Vamos a ver qué dicen los que más
saben del lenguaje – los señores mayores que se sientan en las sillas de la RAE
– sobre el término “discusión”: acción y efecto de discutir. Mierda. Vamos a
ver entonces qué dicen sobre “discutir”: dicho de dos o más personas, examinar
atenta y particularmente una materia o contender y alegar razones contra el
parecer de alguien. Ahora sí.
Ahora pensemos en la última vez
que tuvimos una discusión con alguien, sea pareja, un amigo, progenitores o el
camarero. ¿Fue el examen atento y particular de una materia y la alegación de
razones contra el parecer de alguien? ¿O fue una serie de proposiciones
gramaticalmente bien construidas que tenían el objetivo de convertir a uno en
ganador de la contienda?
En mi caso es la segunda.
Cuando se discute se tiende a
perder el sentido de la discusión, el por qué de la misma. Generalmente, la
discusión puede tomar dos caminos que son contrarios y a menudo excluyentes. Si
la pareja que discute – discusión a tres o más bandas es un fenómeno digno de
estudiar en otra entrada – utiliza el raciocinio, se centra en el problema importante,
se respeta y lo hace educadamente, podemos decir que está razonando. Si la pareja que discute no piensa, abre diversos
frentes distintos al problema central, y lo hace faltando al respeto del otro
podemos decir que está peleando.
Discutir puede ser razonar y
discutir puede ser pelear. Depende de la pericia de la pareja, así como de su historia
y de sus habilidades el camino que tomará la discusión. De momento empezaremos
por descubrir los 4 niveles de la discusión – esta clasificación se aplica a
las discusiones de pareja-.
Discusión de nivel 1 – Chorradas del día a día.
Dejar una arruga en la sábana
después de hacer la cama, no secar dos gotas de agua de le encimera después de
beberse un vaso de la misma o dejar el acondicionador lejos del champú porque
el muy idiota no entiende que el acondicionador tiene que estar cerca del
champú. Hay una inmensidad de chorradas por las que a veces las parejas empiezan
una discusión que, si no pasa de ahí, son discusiones de nivel 1. Suelen ser
habituales y, a priori, inofensivas, que no suelen pasar del mero reproche o de
la queja irritante. Son evitables porque giran en torno a temas que no van a
durar mucho. La arruga de la sábana desaparecerá en cuanto alguien se meta a
dormir, las gotas de agua se van a secar en seguida y el acondicionador no es
más que jabón aguado. La cuestión es saber identificar este tipo de discusiones
para que no suban de nivel.
Discusión de nivel 2 – Temas relacionados con los sistemas externos.
Los sistemas externos de una
pareja son aquellos con los que tienen una relación pero que no deberían tener
influencia en el flujo de la pareja. El grupo de amigos, las familias de cada
uno, su religión, el barrio en el que viven, el colegio de sus vástagos, los
centros de trabajo y esas cosas. Discutir porque la suegra mete las narices en
todo, porque el barrio en el que viven es una mierda o porque uno de ellos no
consigue los objetivos que se ha propuesto en su trabajo puede llegar a ser
grave. Pero el riesgo aquí no es discutir en sí – si se hace bien, como
decimos, discutir es bueno –, sino que ese factor externo a la relación de
pareja mine la convivencia; que aquello que en cierto momento está fuera del
control humano – una mala situación laboral, problemas en el barrio… - no
interfiera en el día a día de la pareja de una forma notoria. Muy difícil, pero
nunca imposible.
Discusión de nivel 3 – Temas directamente relacionados con la pareja.
Entramos en el terreno fangoso.
Las discusiones de nivel 3 tienen que ver con temas inherentes a la relación de
pareja, con aquellos factores que deberían estar controlados por la misma, cuya
influencia está completamente supeditada a la actuación de los dos. Amor, sexo,
implicación o responsabilidades maritales
de los integrantes suelen ser los temas estrella. Estas discusiones, si de algo
pueden fardar, es de que son emocionalmente muy profundas. Además, la poca
sintonía entre los dos puede resultar en que una discusión de nivel 3 para ella
sea una de nivel 1 para él. En la parte de definir bien el problema
profundizaremos en eso. Baste por ahora decir que las discusiones de nivel 3
son las que suelen terminar con una sensación devastadora de desolación y con
alguno de los discutidores llorando (a no ser que se sea de llorera fácil y se
rompa en lágrimas porque tu pareja ha dejado un poco de polvo de nesquick en el
fregadero).
Discusión de nivel 4 – La madre del cordero.
La discusión de nivel 4 es La Discusión.
Destructiva, demoledora y, a menudo, exterminadora. Suele ocupar temas de los
tres niveles anteriores, pero se caracteriza porque suele dar la impresión de
que aquellos envueltos en una pelea de este tipo no tienen una historia de amor
o apego a sus espaldas, cuando suele ser el caso. Las personas envueltas en
esta discusión han perdido la razón, tratan de herir a su contendiente y no
pueden responder ni al más leve atisbo de lógica. A menudo es seguida por una
época de arrepentimiento e incredulidad, sobre todo porque pueden llegar a
poner fin a relaciones en general débiles. Aun así, las relaciones fuertes de
profundos cimientos no están completamente a salvo de este raro fenómeno.
Si bien los tres primeros niveles
de discusión pueden llegar a ser formales intercambios de ideas, o al menos
discusiones medianamente productivas, no existe nada como educada discusión de nivel 4, o razonamiento
productivo de nivel 4. El nivel 4 se alcanza cuando los únicos recursos
disponibles en la contienda son los gritos y los insultos. Mis vecinos saben de
eso.
Así que ya sabemos que hay
diversos niveles de discusión en función de qué se discuta y que existe un
nivel – el 4, claro – al que deseamos no llegar nunca, y que al discutir pueden
tomarse dos caminos muy distintos. De modo que para terminar esta primera parte
solo nos queda ver por qué discutir es bueno y malo.
Por qué es bueno discutir (razonando).
Cuando razonamos tenemos la
oportunidad de convencer al otro con argumentos reales y útiles, de ponernos las
gafas del otro para entender su posición, de aprender a respetar opiniones
distintas y legítimas y de continuar construyendo una relación basada en el
respeto hacia el otro y la comunicación. Se enriquece el toma y daca de los dos
miembros y, los más importante, se contribuye a que la salud física y mental se
mantenga en un nivel de bienestar adecuado. De hecho, hay pocas formas más
efectivas de causar una mejor impresión intelectual a la pareja que una
argumentación calmada y veraz. Aunque también es cierto que hay pocas formas
más efectivas de sacar de quicio al otro que una argumentación calmada y falaz.
Cuidado con eso.
Por qué es malo discutir (peleando).
Esta es la sección de Perogrullo. Cuando peleamos no
utilizamos argumentos lógicos, no somos capaces de ponernos ni por un segundo
en la posición del contrincante, el respeto suele quedar fuera de la
conversación y se mina la relación de pareja. Se empobrece la convivencia y se
corta la fluidez de las interacciones futuras. Pelear pasa factura al bienestar
físico y mental y, por supuesto, no es nada gratificante, salvo para un raro
estrato de retorcidos individuos. Saber identificar cuándo un razonamiento se
convierte en pelea es una habilidad de incalculable valor que suelen disponer
aquellos integrantes de las parejas más sólidas y duraderas.
Entonces, a la hora de discutir,
¿qué NO tenemos que hacer para que el razonamiento se convierta en pelea? Eso
es alfalfa para la parte 2 de el arte de discutir.
¡Hasta pronto!
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