Torsión testicular, así como suena
Muchas veces me ha llamado la
atención el lugar tan poco seguro en que están situados los testículos. Sí,
están en el sitio idóneo para cumplir su función, y ello ha sido favorecido por
la selección natural, pero parecen tan fáciles de golpear, de subirse al
abdomen o de enredarse entre ellos que parece obligado al menos comentarlo.
La torsión testicular sucede
cuando un testículo da una o varias vueltas sobre sí mismo, como la rotación de
la tierra, haciendo que el cordón espermático cierre la corriente del riego
sanguíneo. Si coges una manguera que está regando un jardín y la retuerces en
tus manos el agua deja de pasar con facilidad y se acumula en el punto de
torsión, dejando al jardín sin la preciada agua. Con el testículo pasa lo
mismo.
¿Qué, cómo, por qué?
El cordón espermático es el tubo
que recubre los vasos deferentes, el epidídimo y el testículo. No hay una razón
específica para que esto suceda, pero suele coincidir con anomalías anatómicas
en el tejido conectivo de los testículos, es decir, hay hombres que son más
propensos a tener una torsión simplemente por la forma en que están
constituidos sus genitales. Un golpe o un ejercicio extremo que tenga como eje
central musculatura cercana a los mismos, como glúteos, isquiotibiales o bajo
abdomen podrían favorecer una torsión.
¿Cuándo y hasta cuándo?
Varones en el primer año de edad
y en el inicio de la pubertad son los más propensos a tener una torsión
testicular, aunque puede darse en la edad adulta sin ser raro. La cosa,
generalmente, se remedia con cirugía, en la que se reordena, o se coloca
debidamente el cordón torsionado y se fijan ambos testículos con dos pequeñas
suturas para evitar futuras torsiones. Se fijan los dos porque una vez ha
sucedido una torsión en alguno de ellos la probabilidad de que suceda en el
otro crece como la espuma. Hay otra alternativa para torsiones parciales o
leves, que es la distorsión manual, que veremos luego.
Dolor y futuro.
Duele. Es un dolor incómodo,
constante y agudo. Como si estuvieran apretando el testículo entre dos dedos
con una fuerza moderada sin parar. Un dolor que marea, da ganas de vomitar y
sudores fríos, con todas las sensaciones desagradables que ello conlleva. Una
patada o un balonazo en las partes deja sin respiración, sin la capacidad de andar
durante unos instantes y un mareo tremendo, luego el dolor sube al abdomen y
quedan reminiscencias alrededor del escroto. La torsión puede llegar a ser tan
aguda, pero lo que la hace difícil de soportar es la constancia del dolor. Como
hemos dicho, el riego sanguíneo se interrumpe durante la torsión, lo que hace
que el testículo se quede sin, digamos, su alimento fundamental todo el tiempo
que dure la misma, sin sangre. Como pasa con cualquier parte del cuerpo, si no
llega sangre al testículo durante un periodo determinado, este dejará de
funcionar. El tiempo estimado en que una torsión puede arruinar la
funcionalidad de un huevo son 6 horas. Si han pasado más de 6 horas desde que
se produjo la torsión, es más probable que haya que extirparlo. Si pasas más de
6 horas soportando el dolor de una torsión completa sin sentir la necesidad de
ir a urgencias, probablemente seas Superman, por lo que tampoco haría falta que
fueras al médico a recolocar tu testículo de acero.
Un testículo con triple torsión. |
Mi historia.
Tenía 15 años. Me había levantado
con un dolor leve en el testículo derecho en el que había reparado en la ducha.
No dije nada porque por esa época me molestaban en ocasiones puntuales con
dolores parecidos. Fui al instituto, y a primera hora tenía una de esas clases
que no sirven para nada más que para dar trabajo a ese profesor/a que da
plástica, taller de investigación sociocultural y esas cosas. Estuve incómodo
toda la hora mientras el dolor crecía. En el cambio de clase le dije a la
tutora, profesora de historia y religión, que me dolía un huevo. Ella llamó a
mi padre y quedamos en la puerta del instituto para ir al médico.
Le esperé diez minutos hasta que
decidí deshacer el camino que estimé haría mi padre, para encontrarme con él
cara a cara y así ahorrar tiempo. Lo encontré tomándose un pincho en el bar con
algún conocido. Me reí y fuimos juntos a urgencias del hospital del centro de
la ciudad. Papeleo, un poquito de vergüenza y a esperar. En la sala de espera
mi padre me preguntó a ver si había hecho algún esfuerzo la noche anterior. Qué
crack. En el baño le enseñé los testículos que tantas veces me vio él al
cambiarme de pañal. No vio nada raro. Claro, el nudo estaba dentro.
Dicen mi nombre, sigo la línea
amarilla y una auxiliar de metro treinta me pide que me quite los pantalones y
los gayumbos y me tumbe en la camilla dispuesta para mí. Un poco más de espera
hasta que una enfermera de edad me los palpó con una mano enguantada. Luego me
arrastraron en la camilla hasta una sala oscura donde un señor de gafas me haría
una ecografía testicular. El líquido que te echan antes está muy frío. Durante
le ecografía entraron en la sala varias personas para mirarme los huevos. Con
el tiempo comprendería que eran estudiantes que luego, en nochebuena, contarían
esta y muchas otras anécdotas divertidas y escabrosas a sus familiares
expectantes.
Es una torsión, dice el señor de las gafas. Ya, respondo. Los testículos
cuelgan de un hilillo, explicó, usando un boli como cordón espermático, que a veces da la vuelta sobre si mismo y deja
de llegar sangre. Por eso te duele. Lo entendí perfectamente en el momento
en que entraba un doctor con barba y me sonreía. Bueno, Ander, vamos a hacer una distorsión manual, ¿eh?
El señor de la barba cogió con
sus entrenadas manos mi testículo derecho y, en un segundo, lo colocó
correctamente. Sentí cierto alivio, aunque el dolor no remitiera. Pero sí noté
como si cierto elemento que antes me faltaba volviera a fluir. Me ingresaron
por precaución y compartí habitación con un chavalillo al que le pasaba algo en
los riñones.
A media tarde el doctor de la
barba se acercó a verme y a explicarme con más detalle qué me había pasado. Fue
una torsión leve, por eso pudieron ponerlo bien con distorsión manual. Me
explicó que si pasaba otra vez tendría que fijarme ambos testículos en una
operación sencilla. Me preguntó a ver si quería quedarme la noche ingresado a
lo que, sintiéndome mucho mejor y sin ganas de gastar recursos, me negué. Volví
al barrio y les conté la historia a dos amigos, con elementos inventados para
hacerla más espectacular.
Una semana después volví donde el
doctor de la barba, volvió a tocármelos y me dijo que todo bien. Diez años
después siguen sin dar problemas, pero con cierta probabilidad inevitable de
que vuelva a pasarme.
¡Hasta pronto!
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