La trampa de la adicción al sexo

Todo el mundo parece saber lo que es una adicción. Una adicción, te dirán, es estar enganchado, no poder vivir sin aquello a lo que eres adicto. Tienen un punto de razón, pero esa definición es vaga y demasiado amplia. Según esa definición yo soy adicto al oxígeno, o al agua.

¡Qué disparate! El oxígeno y el agua son necesarios para vivir. Las adicciones hacen referencia a productos que no son vitales. Vale, entonces soy adicto al cine, porque apenas soporto pasar un par de días sin ver, al menos, una película.

Falacias y más falacias. Ander, sabes a qué nos referimos. Las adicciones hacen referencia a las drogas, el tabaco, el alcohol, las redes sociales o el sexo. Bueno, podríamos meternos en un bonito barrizal al separar el tabaco y el alcohol de las drogas, pero ya sabéis a lo que voy.

Para decir que una persona es adicta al sexo hace falta especificar mucho por qué lo es. No sucede como con las sustancias. Es fácil identificar a un fumador compulsivo, a una persona que abusa habitualmente del alcohol o a alguien metido hasta el cuello en la heroína, por ejemplo. Veamos lo que se dice en los círculos especializados.

La adicción al sexo, o conducta hipersexual, se describe cuando un individuo manifiesta pensamientos o acciones sexuales compulsivas, es decir, una pasión vehemente y contumaz por el sexo. Sin embargo, en la práctica clínica clásica, se dice que una persona tiene una adicción cuando la conducta adscrita a la misma interfiere con la vida personal, profesional y salud de quien la padece.

Visto esto, la clase de gente a la que podemos identificar como adicta al sexo va cogiendo forma. Una persona que tiene una pasión vehemente y contumaz por el sexo NO es una adicta al sexo. El sexo no es más que otro tipo de pasatiempo, para algunos tan necesario como el agua y el oxígeno, para otros tan apasionante como el cine, o más.

La cuestión es que en la llamada adicción al sexo, lo que determina si hay un problema por el que buscar ayuda no es la cantidad de producto consumido, como ocurre en el alcoholismo, la adicción a la nicotina, a drogas más duras o incluso a Internet. Lo que determina si hay un problema es el modo de uso del producto. Si se producen lesiones en los genitales por masturbarse, si queda uno arruinado por la industria del sexo, si la salud corre peligro por enfermedades de transmisión genital, si aparecen conflictos de pareja o personales debido a sexo extramarital, es cuando una persona necesita ayuda por un problema de conducta sexual compulsiva.

Exageremos para ilustrar los ejemplos. Si un hombre se masturba seis veces al día, pero lo hace sin hacerse daño y sin que ello afecte a su vida personal o laboral, no es adicto al sexo. Si ese mismo hombre se masturbase seis veces al día produciéndose heridas en el frenillo, tendría un problema de conducta sexual compulsiva. Si a una mujer le gusta tener tres amantes distintos cada semana, pero mantiene todas las relaciones de forma segura, no es adicta al sexo. Si esa misma mujer mantuviese todas esas relaciones sin protección contra las infecciones de transmisión sexual y el embarazo, tendría un problema de conducta sexual compulsiva.

En definitiva, se puede hablar de personas que mantienen conductas sexuales que son problemáticas para su salud o su vida personal y laboral. Pero las adicciones tienen unas características muy definidas, tales como la tolerancia (necesitar cada vez más sustancia para obtener los mismos efectos que al principio) o el síndrome de abstinencia (el llamado “mono”, o la aparición de trastornos físicos y psíquicos cuando se detiene el consumo de la sustancia de la que se es dependiente), que no pueden generalizarse a la conducta sexual. Hay gente que necesita ayuda por su modo de mantener relaciones sexuales, como ya hemos dicho, pero también se estigmatiza a personas responsables que viven su propia sexualidad a su manera, sin ningún problema, solo porque se aleja de los parámetros bajo los que nos han educado.

Hasta otra.