Anatomía sexual femenina (y II)
Aquella vez terminamos la
descripción anatómica exterior en el introito vaginal, que es la puerta de
entrada al universo interior. Imaginemos que podemos hacernos pequeños, de un
centímetro de altura más o menos, y que disponemos de un equipo completo de espeleología,
sin olvidarnos la linterna, por supuesto. Imaginemos también que nuestra
huésped está tumbada boca arriba.
La entrada da paso a la primera
estructura descriptible: la vagina.
En los dibujos y en el imaginario popular posee una forma tubular alargada,
pero en realidad sus dos paredes laterales son muy flexibles y, normalmente,
reposan una junto a la otra. Durante el acto sexual, pues, en caso de que haya
penetración, la vagina alojará al huésped adecuándose a su tamaño. Estas
paredes son muy ricas en vasos capilares y son, con la exudación de un tipo de
mucosidad resbaladiza, las principales actoras en la lubricación vaginal. Por
otra parte, son comparativamente a la vulva muy pobres en terminaciones
nerviosas, sobre todo más allá del primer tercio. La sensibilidad más allá de
este punto es, pues, muy burda y apenas funcional.
El famoso punto G descansa,
presumiblemente, en la parte superior de la vagina, lo que sería el techo de
nuestra expedición, situado casi inmediatamente al introito. No hay ninguna
estructura visible en esa parte, aunque el hecho de que sea un punto más
sensible de lo normal podría tener algo que ver con su proximidad a las raíces
laterales del clítoris.
Después de un paseo hacia el
interior, que será de entre 8 y 12 centímetros , llegamos a la primera
dificultad de la excursión. Es el cuello
uterino, que es la parte final más baja del útero y tiene forma de donete.
Cualquier mujer puede tocar su propio cuello uterino con sus dedos. Para ello,
la mejor forma es colocarse en cuclillas, ya que si se intenta tumbada o de pie
puede que no se consiga debido al ángulo posible de los dedos y a la situación
más alejada del cuello. En el centro de este donete hay una abertura que se
denomina os, tiene el mismo diámetro que una brizna de paja y es el único sitio
por el que pasar para seguir con nuestra descripción.
El os da paso al canal cervical
hasta la cavidad uterina. El útero,
del que se dice que tiene forma de pera al revés, suele estar antevertido. Esto
quiere decir que si la parte más gruesa de la pera está colocada hacia arriba,
también lo está ligeramente inclinada hacia donde estaría el ombligo, aunque no
a su altura. Hay un porcentaje de úteros, aproximadamente diez de cada cien,
que están retrovertidos, es decir, ligeramente inclinados hacia el trasero, sin
que esto implique ningún problema en principio.
En nuestro itinerario por el
útero estamos continuamente caminando por encima del endometrio, la capa más interior del útero, que es lo que se
desprende cada menstruación junto con los óvulos que no han sido fecundados.
Llegados a la pared final del
útero, parece un callejón sin salida, pero a ambos laterales hay dos
extensiones llamadas trompas de Falopio.
Tienen de media 10
centímetros de largo y se denomina istmo a la parte más
estrecha y más cercana al útero y ampolla a la parte más ancha y más cercana al
ovario. Las trompas, aunque parezcan meras autopistas que han de seguir los
óvulos para llegar al útero, en realidad nutren y auxilian a los óvulos en su
peregrinaje. Los cilios, diminutas vellosidades en las paredes de las trompas,
impulsan a las células en la dirección correcta.
Finalmente, pasadas las fimbrias del infundíbulo, o extremo de
las trompas, llegamos al ovario. Son
las gónadas femeninas, el equivalente a los testículos en el hombre, y cumplen
su misma función, pero con otros nombres. Son los encargados de producir
óvulos, la célula equivalente al espermatozoide, y hormonas, que en el caso
femenino se tratan del estrógeno y la progesterona.
Las mujeres nacen con dos
millones de óvulos, de los cuales solo 400.000 sobreviven a la pubertad de su
huésped en el folículo. Aun así, haced cuentas. De todos ellos, tan solo 400,
cincuenta arriba cincuenta abajo, madurarán y estarán disponibles hasta la
menopausia.
Y esto es solo un pequeño resumen
de lo que la naturaleza ha posibilitado.
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